Emily Ruskovich (Idaho, 1936) ha publicado una de las novelas más emocionantes de este 2022. Se trata de Idaho
(Random House, 2022), su primera novela. No es la única primera novela escrita por una mujer que me deja perplejo este año, aunque ignoro si es casualidad o un síntoma cuyas causas no acierto a descifrar, como si escribir una primera novela de esta calidad estuviera a alcance de cualquiera.
Idaho es una novela que consigue en pocas páginas eso tan difícil en literatura: emocionar. Porque para emocionar se requiere una serie de elementos nada fáciles de conseguir. El primero de ellos es interesar al lector, puesto que nada que no nos interese puede llegar a tocarnos en lo más profundo. Y Emily Ruskovich lo consigue con esta historia cuyo eje central es un suceso terrible perpetrado por Jenny, uno de sus personajes principales. Un suceso que inmediatamente necesitamos comprender, en contra de lo que sucede con su marido, Wade, quien en un momento dado afirma: “No fue un accidente y tampoco lo hizo a propósito. Fue simplemente algo que ocurrió”. Y para mayor acierto, ese hecho dramático nos es revelado por su protagonista, Ann, segunda esposa de Wade, quien poco a poco trata de imaginar qué pudo ocurrir con Jenny y sus hijas May y June, cómo pudo suceder y por qué Wade no habla de ello.
El segundo requisito para que un texto emocione es la credibilidad y la psicología de los personajes, faceta en la que Ruskovich destaca muy por encima de la media. Jenny, Wade y Ann forman un triángulo cuyas vidas se truncan sin que ninguno logre explicarse la razón. Sus relaciones, sus miedos, su evolución a lo largo de los años nos hace reflexionar sobre el paso del tiempo, la culpa, la expiación y el perdón.
El tercer elemento necesario para la emoción es la poesía. La delicadeza y hermosura con la que Ruskovich narra situaciones, diálogos y escenas es digna de elogio, máxime teniendo en cuenta que en todo momento está hablando de la muerte, de la demencia, de los celos, de los hijos. Las escenas de Ann con Wade están narradas con tanta ternura que nos resulta imposible no emocionarnos profundamente. La soledad de Jenny, su renuncia a ser perdonada, su infierno en vida nos encoge y nos conmueve conforme asistimos a su vejez.
Cuando Wade comienza a perder la memoria como consecuencia de una demencia precoz hereditaria, la relación con Ann se torna violenta, confusa, pero tan cargada de amor que nos resulta imposible censurar sus actos, Ruskovich nos obliga a comprenderlos, a disculparlos, a quererlos tal y como lo hace Ann.
Idaho tiene una estructura zigzagueante que viaje constantemente del presente al pasado, de unos personajes a otros, no necesariamente en orden cronológico, como si los sentimientos fueran más importantes que las fechas, como si pudiéramos moldear el tiempo con nuestros recuerdos. Ambientada en un entorno rural, es también un testimonio de un lugar, de un territorio dominado por sus propias leyes cuyos paisajes forman parte de la historia tanto como sus personajes.
En definitiva, un debut formidable de una escritora en estado de gracia que entrega una novela maravillosamente escrita que les recomiendo encarecidamente. Una delicia.
Claudia Piñeiro (Burzaco,Buenos Aires, 1960) escribió Tuya en 2005. En esa primera novela ya demostró que los suyo era el tratamiento psicológico de los personajes, la dimensión humana de los pequeños y grandes errores que los humanos cometemos, justificándonos a nosotros mismos para poder seguir adelante, para tratar de equilibrar lo que no funciona. En Tuya , la protagonista termina en la cárcel por cometer un asesinato. Y todo el tiempo que Inés pasa entre rejas es el que ha transcurrido hasta que sale en libertad y Claudia escribe El tiempo de las moscas (Ed. Alfaguara 2022). Y muchas cosas han pasado en esos más de quince años. Inés no es la misma -seguramente Claudia tampoco es la misma-, nosotros no somos los mismos. La sociedad ha cambiado, el papel de la mujer es otro, los códigos morales son distintos. Y ahí radica uno de los aciertos de la novela, averiguar, de la mano de Inés, cómo se ha transformado un mundo cada vez más complejo y extraño. Y de eso trata El tiempo de las moscas , de las cosas que cambian. Inés parió, pero no es madre, mató pero no es una asesina, desconoce que tuvo una nieta, que su madre murió, que su hija rehízo su vida con un hombre bueno. Hasta su apellido cambió con la salida de prisión. Y salió de la mano de la Manca (valga el extraño juego de palabras) para empezar de nuevo. Dedicada a la fumigación de insectos a domicilio, Inés siente devoción por la entomología y por las moscas en particular. Conoce cada subespecie, sus características, sus peculiaridades, sus rarezas. Porque Inés no mata moscas, no hacen daño a nadie, dice. Sin embargo, el pasado es tan obstinado como los insectos, implacable, imposible de borrar. Y de nuevo la duda moral ante una propuesta que bordea la legalidad, que implica la muerte de una desconocida. Inés tendrá que tomar una decisión que puede llevarla de nuevo a prisión. Construida como si de una moderna Medea se tratara, la novela tiene capítulos dedicados al coro, donde las mujeres comentan lo que va sucediendo, lanzan proclamas, piden justicia, votan. Salpicados con extractos de textos casi siempre relacionados con el feminismo, los capítulos dedicados al coro son a la vez divertidos y profundos, voces que se alzan reclamando derechos, exponiendo contradicciones. La vida, en definitiva. Si algo tiene Claudia Piñeiro es un dominio magistral de sus personajes, de su discurso, de su psique. Imposible no pensar en Patricia Highsmith, tal es el nivel literario de El tiempo de las moscas . La trama fluye a velocidades diferentes en función de lo que reclaman sus personajes, casi todas mujeres, el suspense se dosifica con pulso de cirujano, los diálogos están plagados de silencios, unos más cortos, otros más largos, porque sí, el silencio puede leerse en El tiempo de las moscas . El tiempo de las moscas es una novela negra clásica, pero también es muchas otras cosas, es un tratado de entomología, un estudio de la evolución de las mujeres, una elucubración sobre lo que significa ser madre, de las imposiciones sociales de tamaña empresa, de las contradicciones en las que todos y todas caemos a veces, un muestrario de incomunicaciones, soledades, tristezas y rencores. También es una novela que habla de las relaciones de los hombres con las mujeres, de las mujeres entre sí, de los sexos cambiantes, de la identidad de género, de lo que significa ser hija o ser madre cuando el amor no se siente, no alcanza. El tiempo de las moscas es una novela excelente que encierra cuestiones que a todos nos deberían interesar, porque están ahí, porque somos eso, nos guste o no. Léanla, no se arrepentirán.
Emily Ruskovich (Idaho, 1936) ha publicado una de las novelas más emocionantes de este 2022. Se trata de Idaho (Random House, 2022), su primera novela. No es la única primera novela escrita por una mujer que me deja perplejo este año, aunque ignoro si es casualidad o un síntoma cuyas causas no acierto a descifrar, como si escribir una primera novela de esta calidad estuviera a alcance de cualquiera. Idaho es una novela que consigue en pocas páginas eso tan difícil en literatura: emocionar. Porque para emocionar se requiere una serie de elementos nada fáciles de conseguir. El primero de ellos es interesar al lector, puesto que nada que no nos interese puede llegar a tocarnos en lo más profundo. Y Emily Ruskovich lo consigue con esta historia cuyo eje central es un suceso terrible perpetrado por Jenny, uno de sus personajes principales. Un suceso que inmediatamente necesitamos comprender, en contra de lo que sucede con su marido, Wade, quien en un momento dado afirma: “No fue un accidente y tampoco lo hizo a propósito. Fue simplemente algo que ocurrió”. Y para mayor acierto, ese hecho dramático nos es revelado por su protagonista, Ann, segunda esposa de Wade, quien poco a poco trata de imaginar qué pudo ocurrir con Jenny y sus hijas May y June, cómo pudo suceder y por qué Wade no habla de ello. El segundo requisito para que un texto emocione es la credibilidad y la psicología de los personajes, faceta en la que Ruskovich destaca muy por encima de la media. Jenny, Wade y Ann forman un triángulo cuyas vidas se truncan sin que ninguno logre explicarse la razón. Sus relaciones, sus miedos, su evolución a lo largo de los años nos hace reflexionar sobre el paso del tiempo, la culpa, la expiación y el perdón. El tercer elemento necesario para la emoción es la poesía. La delicadeza y hermosura con la que Ruskovich narra situaciones, diálogos y escenas es digna de elogio, máxime teniendo en cuenta que en todo momento está hablando de la muerte, de la demencia, de los celos, de los hijos. Las escenas de Ann con Wade están narradas con tanta ternura que nos resulta imposible no emocionarnos profundamente. La soledad de Jenny, su renuncia a ser perdonada, su infierno en vida nos encoge y nos conmueve conforme asistimos a su vejez. Cuando Wade comienza a perder la memoria como consecuencia de una demencia precoz hereditaria, la relación con Ann se torna violenta, confusa, pero tan cargada de amor que nos resulta imposible censurar sus actos, Ruskovich nos obliga a comprenderlos, a disculparlos, a quererlos tal y como lo hace Ann. Idaho tiene una estructura zigzagueante que viaje constantemente del presente al pasado, de unos personajes a otros, no necesariamente en orden cronológico, como si los sentimientos fueran más importantes que las fechas, como si pudiéramos moldear el tiempo con nuestros recuerdos. Ambientada en un entorno rural, es también un testimonio de un lugar, de un territorio dominado por sus propias leyes cuyos paisajes forman parte de la historia tanto como sus personajes. En definitiva, un debut formidable de una escritora en estado de gracia que entrega una novela maravillosamente escrita que les recomiendo encarecidamente. Una delicia.
Coleman , de Adolfo Gilaberte (Madrid, 1971) es una novela inquietante. Y lo es incluso antes de comenzar su lectura. Editada por Mármara ediciones en 2021, tiene una portada preciosa que ilustra una medusa y ningún dato sobre Adolfo Gilaberte, amén de un retrato-ilustración en blanco y negro. En la solapa que suele destinarse a la biografía del autor, podemos leer tan solo esta frase: “Coleman es su segunda novela”. Nada más. O por decirlo de otro modo, todo lo demás está en la propia novela. Llego a Coleman por recomendación de Marta Marne, de cuyo criterio suelo fiarme con los ojos cerrados. Les sugiero que hagan lo mismo. No sé nada del autor, ni de su obra. Mejor así. Coleman ha resultado toda una sorpresa. Una novela negra cuya mayor virtud es no ser una novela negra. Porque Coleman, que así se llama su protagonista (algún día tendremos que hablar de la importancia de un buen nombre para un protagonista), es la historia de un asesino a sueldo, pero también es muchas otras cosas. Coleman es un tipo solitario, pragmático, frío, resolutivo… hasta que su hermana, con la que apenas mantiene contacto, le encasqueta a la madre que ha empezado a desvariar. Y es ahí cuando Coleman se vuelve algo diferente al explorar las relaciones de alguien así con su madre con la que no tiene nada que ver, por la que no profesa ningún afecto (el sentimiento es mutuo) y la que, además, cree que su marido muerto está vivo y encarga su búsqueda al propio Coleman. La historia está plagada de momentos memorables que no menciono por no arruinarles el placer a los que no la hayan leído, con un sentido del humor fino y unos recursos narrativos muy sólidos. Coleman es una novela original, no en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta (la forma, siempre la forma), y también por los temas en los que se adentra. Las relaciones afectivas de alguien que mata como medio de vida, el miedo a la muerte del que anota en un cuaderno las últimas reflexiones sobre sus víctimas antes de morir, la convivencia con la locura de una madre, temas todos ellos que Coleman nos traslada como telón de fondo de una trama de venganza. La muerte está presente en cada página de Coleman , el miedo a morir, el placer de matar, las sombras que acechan en un callejón, un padre que solo existe en la mente de la madre, una amante, una amiga, un cojo, niños que son obligados a pelear a golpes para disfrute de gente con dinero, la miseria humana. La trama negra funciona como un reloj, bien engrasada, violenta, explícita, brutal, aunque la verdadera sorpresa que Gilaberte nos regala es una exploración de los sentimientos, de los miedos, del sentido de una vida, de la vejez, de la incomunicación entre una madre y un hijo. Ya desde las primeras páginas uno siente empatía por Coleman, porque la relación con su madre lo redime de todos sus pecados, lo hace cercano, humaniza a alguien cuyos sentimientos nacen como una úlcera, que sangra y duele. En uno de los enfrentamientos que Coleman tiene durante la novela, uno de sus oponentes le amenaza con arrancarle el corazón, a lo que Coleman responde: “No tengo”. No dejen de leer esta novela, es toda una sorpresa dentro del género negro. Tampoco dejen de buscar a Adolfo Gilaberte, es un gran escritor.
Los hijos de Shifty (Ed. Sajalín, 2022), de Chris Offutt , es la segunda entrega de la trilogía de Mick Hardin, protagonista que nació con Los cerros de la muerte . Siguiendo la estela de Noche Cerrada , las montañas de Kentucky vuelven a ser el escenario de esta saga familiar en la que el territorio es el protagonista principal. Que Chris Offutt es uno de los mejores escritores de su generación se confirma novela tras novela, y Los hijos de Shifty no es una excepción. La aparición del cadáver de Cabronazo Barney, hijo de Shifty Kissick es el detonante que pone en marcha la acción. Linda, la hermana de Mick, enfrascada en las elecciones a Sheriff vuelve a requerir de los servicios de su hermano para desentrañar el asesinato. Para ello, Mick comienza a visitar a los habitantes de los cerros, siempre avalado por la figura de su padre, en un territorio en el que la familia otorga un sello de credibilidad, garantía de los valores de un hombre. Offutt construye en Los hijos de Shifty una trama bien armada, rebosante de personajes, de detalles sobre las aves, las plantas, los árboles, la naturaleza en definitiva que moldea el carácter de sus gentes. Los pequeños detalles, gestos, miradas y silencios sirven para definir a las personas. Un perro que no ladra porque sabe cuándo debe arrancar la pierna de un visitante, la forma en la que alguien sujeta un arma o lo que bebe definen el carácter sin ningún género de duda. En una tierra donde los hombres hablan de coches y armas y las mujeres, como en el caso de Shifty, se convierten en matriarcas de toda una familia cuyos hijos comienzan a morir. Resulta especialmente interesante descubrir cómo es visto un homosexual en los cerros, incluso por su propia familia, no importa que sea un militar de élite. Son estos detalles los que hacen de Offutt un escritor sensible, capaz de emocionar de una manera nueva, conocedor de un mundo que no ha cambiado en siglos, un mundo que te atrapa desde el comienzo y del que lo quieres saber todo. En las montañas la familia está por encima de todo, es lo que justifica cualquier venganza, no importa que tu hijo sea narcotraficante, retrasado o un asesino. La sangre pide sangre y la muerte provoca más muerte. Y eso es precisamente lo que Mick trata de evitar, el derramamiento de sangre entre familias, porque sabe que se extenderá durante generaciones hasta el infinito. Tras el maravilloso Tucker que Offutt nos regaló con Noche Cerrada , parecía difícil conseguir un protagonista a la altura. Confieso que Mick no consiguió en Los cerros de la muerte que me olvidara de Tucker, pero solo había que darle tiempo, dejarlo actuar, conocerlo. Y admito que en Los hijos de Shifty el personaje ha cobrado fuerza, se han desvelado sus fantasmas interiores, sus contradicciones, sus debilidades. Y el resultado es de una potencia arrolladora. La potencia de los personajes es una de las marcas de identidad de Offutt, pero también su profunda humanidad, su sentido del bien y del mal, que nada tiene que ver con el nuestro, las razones que justifican sus actos son siempre un motivo de duda, de reflexión. Y esa es la gran virtud de todo escritor, cuestionar lo establecido, poner al lector frente a una encrucijada y obligarlo a tomar partido, a salvar o condenar a sus protagonistas. Chris Offutt se ha convertido con unas pocas novelas en un cronista de un tiempo y un lugar, las montañas de Kentucky, en un notario de un modo de vida, del carácter de unas gentes, de la orografía de un territorio. Y todo ello construyendo historias cuyo sello es el country noir, un género que trasciende la propia etiqueta para mostrarse como literatura a secas, de una calidad enorme, con un peso específico que merece todo el reconocimiento que está consiguiendo. Hace unos meses Chris Offutt tuvo que suspender una gira promocional por nuestro país. Problemas familiares ¿qué si no podía impedírselo? Pero prometió volver el año que viene, y si lo hace, será uno de los encuentros imprescindibles para todo aquel amante de la buena literatura. Descubrirán a un hombre con un gran sentido del humor, amante de los libros, generoso y humilde como solo los grandes pueden serlo. Porque Offutt es uno de los grandes. No dejen de adentrarse en esta trilogía, apuesto a que les atrapará.
Canción para hombres grandes , de Rafa Cervera (València, 1963), es, como toda su obra narrativa, inclasificable. Junto con Lejos de todo (2017, Premio de la Crítica Literaria Valenciana 2018) y Porque ya no queda tiempo (2020), Canción para hombres grandes conforma un tríptico literario de una calidad notable, editado por Jekyll & Jill con un gusto y un cariño dignos de reseñar. La portada, una obra de Josep Ros, es sencillamente maravillosa y como el propio autor reconoce en los agradecimientos, nunca concibió la novela con otra imagen que no fuera esa. Si en Lejos de todo , la mirada se posaba en la adolescencia, los ídolos de juventud, los sueños por cumplir, la búsqueda de una identidad, el sentido de un mundo en continuo cambio, en Porque ya no queda tiempo , el viaje era un viaje interior, a los recuerdos de la infancia, la familia, los amigos, los lugares que conforman una vida. Cuando termino de leer Canción para hombres grandes me doy cuenta de que he estado mirando un espejo que me devuelve la imagen de Rafa Cervera. Y está desnudo, completamente desnudo, sin pudor, sin miedo, sin complejos. Porque la desnudez, el cuerpo, el sexo y el deseo sobrevuelan esta historia fascinante, sincera y poética. El valenciano, su protagonista, comienza, tras su ruptura matrimonial con Carolina, una acumulación de cuerpos con los que mantiene relaciones homosexuales catalogándolos sin nombre, tan solo por su profesión. Esta frenética actividad sexual, dominada por el deseo y por la falta de complejos le devuelve al protagonista una imagen diferente de sí mismo. Frente al espejo está el hombre que fue, sin embargo, la imagen del otro lado es el hombre que es, el que quiere ser, tal vez el que debió y no se atrevió a ser. Y este diálogo nos transporta por los caminos de la búsqueda de una identidad, de aquello que nos moldea y nos conforma. Ser capaz de acostarte con alguien con quien no te tomarías ni un café es algo que da que pensar. Y esa es la tesitura en la que anda el valenciano, enfrentado a una nueva realidad, que lejos de intentar comprender tan solo quiere experimentar, como si de un Ned Merrill se tratara, de piscina en piscina en busca de su identidad. En esa acumulación de cuerpos hay reflexiones certeras, pensamientos desacomplejados, humor y desenfreno, pero también mucha honestidad, mucha verdad para reconocer que a veces somos solo eso, sexo y deseo, cuerpos sudados que se frotan unos con otros porque hay momentos en que nada importa más que sentirse deseado. Y entre todos esos cuerpos aparece Martín, un cuerpo con nombre. Martín lleva a Sarriá y se crea un triángulo en el que los sentimientos entran en juego. Un nuevo paso en la búsqueda de la identidad de su protagonista. Ya no es solo el sexo y el deseo, ahora toca manejar el afecto, aquello que sucede bajo la piel. Sin embargo, la acumulación de cuerpos no cesa, ¿por qué habría de hacerlo? No hay ninguna razón para dejarlo, y no es una opinión, es una verdad. Reconocerla o no es ya tarea de cada uno, es algo que muchos homosexuales han entendido como fuente de felicidad, algo que el valenciano no hubiera ni siquiera imaginado en su vida heterosexual. Descubrirlo, asumirlo y practicarlo lo conducen por un laberinto nuevo de experiencias, algunas frívolas, otras divertidas, todas apasionadas. Martí, Sarriá y el valenciano. Triángulo isósceles, a ratos equilátero, a ratos escaleno, no es la única mesa de tres patas. Porque está también el escritor, al principio escondido, silenciado, que se revela como un puntal imprescindible, alguien cuya importancia, intuyo, es mucho mayor de la que la historia deja ver, pero eso queda ya para la parte de verdad que se esconde tras esta novela. Porque sí, es una novela, es ficción, quién sabe si esos cuerpos existieron en realidad, Martín, Sarriá, Carolina, el escritor… pero realmente no importa, porque una cosa me queda clara, cada uno de las sensaciones, olores, orgasmos, deseos y pensamientos existen en Rafa Cervera, que ha sido capaz de escribir una historia apasionante y apasionada, bella y, sobre todo, honesta. Especialmente hermoso es ese epílogo en la voz de Sarriá que cierra la historia con ternura en forma de despedida que, vaya usted a saber por qué, me ha recordado a Cielo sobre Berlín. La prosa de Rafa Cervera da un salto de gigante con Canción para hombres grandes , una voz única, preñada de poesía, plagada de imágenes potentes como retablos flamencos, una voz, ya sí, propia, única, inigualable. Y es un disfrute dejarse llevar por el lirismo de sus palabras escogidas con precisión, que nos muestran a un escritor en estado de gracia. Nada hay más hermoso para un lector que ver crecer a un escritor. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que, con esta novela, Rafa Cervera se ha hecho grande. Muy grande.
Por un túnel de silencio (Editorial Pepitas, 2022) es la primera novela de Arturo Muñoz (Granada, 1986). Una obra fácil de leer, difícil de clasificar y con una profundidad impropia de un debut literario que explora el conflicto vasco (ETA) durante la primera mitad de la década de los 70. Se trata de una crónica novelada extraída de los testimonios de algunos de sus protagonistas que Arturo Muñoz ha ido recopilando en un trabajo de investigación digno de elogio. Una obra que requiere valentía y determinación. El germen de la novela es el descubrimiento de una historia contada por un amigo y colega de su por entonces grupo musical “Pájaro Jack” (Arturo es también músico, además de licenciado en filología inglesa, traductor y corrector de textos). Cuando llega a sus oídos que el padre de este amigo, que había pertenecido a la Guardia Civil, participó en la detención de Henri Parot (histórico militante de ETA), se activan en Arturo los resortes de un temor que había padecido desde niño: el miedo a las represalias que pudiera sufrir su padre (el escritor Antonio Muñoz Molina) por sus artículos abiertamente críticos con la banda terrorista. Arturo Muñoz decide entonces emprender un viaje al pasado en busca de la verdad escondida tras el testimonio de este guardia civil, Paco, Patxi , que se convierte así en protagonista de Por un túnel de silencio . Su testimonio y su voz es el eje narrativo en torno al que se articula esta historia que es también la historia de una España herida y confusa en la que el franquismo languidecía y daban comienzo los que se conocieron como “años de plomo” en los que ETA desató una escalada de violencia y terror contra el Estado. Basada en entrevistas, testimonios y artículos de aquellos años, Arturo repasa la vida de Paco, un joven guardia civil, de escasos recursos y nula formación que es destinado al País Vasco. Una vida dedicada al cumplimiento de órdenes militares, castigos y privaciones en cuarteles húmedos y oscuros. Patrullas que patean el monte ateridos de frío, durmiendo en corrales con la ropa húmeda y el estómago vacío. Jóvenes, apenas unos niños, que se vieron así obligados a librar una guerra para la que no estaban preparados, con escasos medios e información. Pese a todo, Paco, Patxi , se especializa en la desactivación de explosivos pertrechado tan solo con unos alicates y una caña de pescar. El destino de Paco queda sellado cuando es trasladado a Guernica a las órdenes del capitán Hidalgo, personaje temido por su brutalidad que pone en marcha un grupo de información del que Paco entra a formar parte. Los informes y artículos de la época relatan torturas, malos tratos, vejaciones, interrogatorios violentos y un rosario de acciones de las cuales Paco no recuerda nada pero que tampoco niega. Su testimonio es errático en este punto, pese a que Arturo recopila testimonios que confirman esos hechos y los traslada a su interlocutor. Se establece así un diálogo narrativo extraordinariamente bien resuelto en el que unos mismos hechos se nos muestran alterados dependiendo de la persona que los cuenta. Hay testimonios de militantes de ETA que sufrieron los castigos, periodistas que los investigaron e incluso la propia mujer de Paco, Nuria. Las voces de sus protagonistas están tan bien construidas y narradas que llegas a escuchar sus acentos, sentir sus dudas, percibir sus miedos. La búsqueda constante de la verdad genera la tensión propia de una novela bien estructurada. El viaje de Paco con Arturo, el hijo de aquel y un cámara al País Vasco a revivir aquellos días ocupa el centro de la novela y desencadena dudas y zonas oscuras que Arturo trata una y otra vez de desentrañar. ¿Participó Paco de aquellas torturas? ¿Cómo era posible que no supiera nada de lo que ocurría tras las paredes del cuartel? ¿Cómo pudo no haber escuchado los gritos? Esas y otras muchas incógnitas las desvela el lector sacando sus propias conclusiones, porque Arturo ofrece todos los elementos sin tomar partido, sin juzgar a los protagonistas de uno y otro lado. Pero no hay que confundir esto con una equidistancia con la que Arturo no comulga, porque su posición es escarbar en la verdad, en todas las verdades, porque realidades hay muchas, tantas como actores en esta historia, en la que el factor humano es la clave para comprender qué sucedió, cómo sucedió y por qué sucedió. Por un túnel de silencio es una crónica apasionante, valiente y muy bien resuelta que viaja constantemente adelante y atrás en el tiempo, que funciona como una novela bien construida y cuya lectura arroja una luz nueva sobre un conflicto que mantuvo a España sometida al terror durante demasiados años. Un debut extraordinario.
Que Carlos Bassas es uno de los escritores más interesantes de la escena literaria actual no es ningún secreto. Así lo atestiguan premios como el Hammett (que recibió por su novela “ Justo ” en 2019), una obra que supuso un antes y un después, no tan solo por el galardón recibido, sino porque alumbró el nacimiento de una nueva voz narrativa, algo que había ido perfilando en sus primeras novelas, más cercanas a la ortodoxia del género policial. Hombre polifacético que ha navegado por la literatura juvenil, el thriller con sustrato histórico, la docencia cinematográfica o la escritura de guiones, Bassas publica ahora “ Sinántropos ”, la tercera novela de lo que podría denominarse, hasta el momento, como la “trilogía de la oscuridad”. Con “ Justo ”, Carlos Bassas inició un camino sin retorno, ese que lleva a un escritor que se precie de serlo a buscar por encima de todo una voz propia, una cadencia única, un estilo tan personal que no permita vuelta atrás. “ Soledad ”, la segunda novela de esa trilogía ahondaba en esa voz oscura, en esa manera de narrar alejada del canon, ese intento de plasmar los pensamientos más abstractos, imágenes terribles, metáforas que se sirven de la poesía para dotar al texto de una cadencia o una repetición, utilizando las palabras como herramientas con las que percutir en el ánimo del lector. Porque Carlos Bassas sabe que un texto que no emociona es un texto vacío, que se olvidará tan rápido como sea leído. Con “ Sinántropos ” (Ed. Alrevés 2022), Carlos Bassas parece haber encontrado esa voz que le define, ese texto en el que verse reflejado y reconocerlo como una segunda piel. Y de nuevo la oscuridad de una historia terrible, como ocurría en “ Soledad ”, nos lleva por caminos sembrados de venganza, miseria, delincuencia, desesperanza, redención y vergüenza. No parece importarle a Carlos Bassas arrastrar al lector a su parte más oscura, a historias que no conceden nada, ni un ápice de piedad, ni una rendija por la que colar algo de luz para sus personajes. " Sinántropos" es una historia en la que todos pierden, porque hay lugares que son campos de exterminio para la esperanza de sus gentes. Corto, su protagonista, regresa al barrio del que partió herido por la traición de sus amigos, de su padre y de su madre. Y vuelve con la venganza gangrenándole el corazón, convertido en alguien que ya no recordaba ser. Los fantasmas y las voces acuden a su cabeza mezcladas con citas bíblicas, las elipsis nos muestran lo que ocurrió para que entendamos lo que va a ocurrir, pero resulta devastador entenderlo, porque tanta maldad no cabe en un solo hombre. Corto es el producto de la maldad concentrada de todo un barrio, de todo un micro cosmos de pobreza y delincuencia. Porque la pobreza se hereda como un cáncer, se instala en el ADN modificando la genética, cercenando las ilusiones de sus protagonistas por ser otra cosa que lo que son: perdedores. La venganza a veces implica conocer la verdad, y la verdad del pasado de Corto es tan devastadora que con cada muerte Corto se está matando a sí mismo. La lectura de “ Sinántropos ” permite muchas capas de lectura. La más obvia es la de una novela negra, dura, sin concesiones, una historia de venganza, de barrio marginal, de personajes que nunca cambian. Pero hay muchas otras lecturas posibles, desde la poética, la psicológica o la social. Son todas estas lecturas posibles las que hacen de “ Sinántropos ” una novela especial y de Carlos Bassas un escritor único, las que permiten distinguir el grano de la paja en este universo saturado de publicaciones. “ Sinántropos ” no es una novela amable, no es una novela sencilla, no es una novela para todo el mundo. Es una novela negra, muy dura, pero también muy poética, porque Carlos Bassas consigue revestir de belleza los actos más oscuros.